Declinar en nominativo y locativo
singular. Aventurarse por los sinuosos vericuetos de la topografía humana.
Deslabazar uno tras otro los eslabones de la inmensa cadena de causas y efectos
que traba nombres y lugares. Desentrañar la intricada madeja de circunstancias
que envuelve al individuo. Poner rostro a la borrosa silueta contorneada por el
paisaje aplicando con precisión la vasta paleta de colores de la palabra.
AUDREY HEPBURN EN AMSTERDAM
Una bicicleta en Amsterdam. El
tranquilo arrebato lírico de Antonio Muñoz Molina evoca el rítmico transitar
por calles que cartografían el espíritu de la ciudad. Llega hasta mí de la mano
de las veleidades del sentimiento la nítida imagen de Audrey Hepburn a lomos de
su bicicleta. Soñar a la actriz adolescente desplegando su sofisticada sencillez
sobre los canales de un Amsterdam bélico y crepuscular, pedaleando un grácil
minué hasta la puerta de la escuela de ballet de Sonia Gaskell.
“BICICLETAS. Anochece y sus
pequeñas luces flotan en la penumbra como luciérnagas: algunas parpadean, otras
permanecen fijas, hay quien las lleva colgadas en el pecho; el parpadeo se
corresponde a veces con el sonido breve y rápido de los timbres; los timbres
riman en tono menor con la campana del tranvía, igual que el ruido de cacharro
de las bicicletas se escucha con el fondo de esa trepidancia de los motores
eléctricos y del roce de las ruedas de los tranvías sobre los raíles”.
[Antonio Muñoz Molina. “Para un
diccionario básico”. Babelia, nº 1086. El País. 15 de septiembre de 2012]
LEE HARVEY OSWALD EN TOKIO
Un marine en Tokio. Ante el consejo de guerra de la historia, Don
DeLillo exhibe con marcial elegancia el acta notarial de la deseducación
sentimental del magnicida en ciernes. La continua mudanza por las
claustrofóbicas estancias del desarraigo patrio se torna ahora placentero
deambular por las callejuelas de la capital japonesa, en pos del amor fugaz
celosamente guardado en una de tantas urnas de cristal habitadas. La magia del
momento oriental metaforiza las cárceles imaginarias del profundo sur en
inmarcesibles estados de inusitada satisfacción.
“La humedad otoñal persistió. La
luz de las farolas relucía en el laberinto de callejones atestados de casas y
tiendas de madera. Le habían quitado su espacio norteamericano. No es que
importara demasiado. Su espacio no había sido más que vagabundeo, una mentira
que ocultaba habitaciones reducidas, el televisor, la incensante voz de su
madre. Louisiana, Texas, puras mentiras. Lugares sin propósito que giraban en
torno a los cuartuchos en los que siempre acababa. Aquí la pequeñez adquiría
sentido. Las ventanas de papel y las habitaciones como cajas eran estado
mentales claros, formas de bienestar”.
[Don DeLillo. “Libra”]
KIM PHUC EN MADRID
La vietnamita por siempre niña
deja momentáneamente en suspenso su sincera plática con la periodista-comensal
para atender a los platos minuciosamente seleccionados de entre su estricta
dieta del napalm. Extinguidos largo tiempo atrás en su corazón los rescoldos
postreros de la rabia y el dolor, su memoria aviva, por exigencias del guión,
el fuego eterno de la sinrazón. En un reluciente restaurante de Madrid el alma
adulta exorciza en público sus fantasmas al calor del convencional bálsamo
conversacional; en una polvorienta carretera de Vietnam el cuerpo infantil intenta
en vano esquivar las lenguas de fuego del espíritu del mal.
“El 8 de junio de 1972, Phuc y
sus vecinos del poblado de Trang Bang fueron víctimas de un ataque
estadounidense que el joven fotógrafo Nick Ut inmortalizó en una instantánea
que dio la vuelta al mundo. Oírla revivir aquel momento cierra el estómago.
‘Llevábamos tres días refugiados en un templo y de pronto oímos venir los
aviones y echamos a correr. Vi caer cuatro bombas. Oí ‘brum brum’, un sonido
más suave de lo que me esperaba, y de pronto había fuego por todas partes,
también en mi piel’. Su ropa veraniega ardió por completo dejando su
cuerpecillo escurrido expuesto a la agresión de la cabeza a los pies. Dos de
sus primos, de seis meses y tres años, murieron abrasados. Ella sufrió
quemaduras en el 65% de la piel y necesitó injertos en el 35%”.
[Carmen Pérez-Lanzac. “Almuerzo
con … Kim Phuc”. El País. 19 de septiembre de 2012]
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